Aniceto Rodríguez llegó a Bruselas a finales de los 80 para trabajar como funcionario en las Instituciones europeas, pero pronto se sintió impelido a reunirse con aquellos con los que se identificaba. Fue así como llegó al Casal Catalá, una asociación que ya en los años 30 acogía a los catalanes que llegaban exiliados en ese momento. Presidir esta asociación no le impidió sin embargo conocer la ciudad en la que vive y que lo conmueve por su diversidad social y cultural.
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